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CHETA en TABA

Actualizado: 27 mar 2019

Reseña de María de los Ángeles Sanz para LunaTeatral2


Desde el Uruguay llega Cheta de dramaturgia y direcciòn de Florencia Caballero Bianchi, y con un grupo de jòvenes y talentosos actores que llevan adelante una temàtica fuerte donde tambièn las diferencias de clase y el gènero se mezclan y se asimilan en la historia que nos refiere a los desaciertos y las crisis de un terrritorio localizado, Uruguay, pero que nos abarca como latinoamericanos.


Un espacio despojado, circundando por grandes cubos que seràn luego funcionales a la historia, el 2001 se recrea en los diàlogos, en los apartes y en el fondo de una pantalla que luego nos va acercando en las figuras de los sucesivos presidentes a nuestro presente inmediato. La familia, el amor, el deseo de ser otro, la violencia, el delito y la càrcel, el sexo en los adolescentes, y sus consecuencias, el aborto y las diferencias de clase que son el lìmite a la hora de esconder lo sucedido; todo se ve implosionado por un exterior polìtico – econòmico que ciclicamente se reitera; en ese vaivèn de locura los personajes resuelven como pueden el dolor y la angustia de no ser y verse arrastrados por los acontecimientos, en esa juventud atravesada por una espiral de tornado, donde su centro es la pobreza.


Una pieza caliente, en no sòlo la reconstrucciòn de un pasado angustiante, sino en la mirada aterrada sobre la repeticiòn de lo mismo en los ojos de los espectadores. Porque ese 2001 y el desguace de los paìses, de los nuestros, no es sòlo un recuerdo, sino un presente que se viene sobre todos, como un tsunami imparable. Muy buenas actuaciones, que sostienen el ritmo que la pieza requiere: el picadito en escena, el baile, la mùsica y la bùsqueda de cantar en la voz del imperio, la que abre la escena, cuando todavìa el pùblico no habìa terminado de ubicarse en la platea. La cumbia como la mùsica de lo propio, de lo autèntico, y en el medio, la cheta, la representante de una clase media que se disuelve en el aire, en esos años y estos, donde los signos son exteriores, el uniforme de colegio, e internos, los que su idiosincracia le permite, la posibilidad de elegir.



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